
"Se le está poniendo cara de occidental, qué barbaridad". Gloria Fuertes acababa de descubrir al rey Baltasar pintado de un betún en descomposición en la Cabalgata de Reyes de 1984, que ella misma retransmitía ese año junto a María Luisa Seco. Entonces, había la tradición de disfrazar a un concejal o al propio alcalde de Madrid del mago de oriente más querido por los pequeños. El más diferente. Pero a Gloria ya le chirriaba el performance, pues poseía una sensibilidad de inclusión. En tantos sentidos.
De hecho, en aquel directo de TVE, Gloria insistía que estaban presentando un programa "para niños, para mayores, para personas mejores". Siempre rimando. Siempre congregando. Siempre entendiendo, incluso que la mirada infantil es inteligente. Aunque, a veces, la sociedad la trate con condescendencia. Sus poemas, a menudo, también eran reducidos a la pequeñez del "son cosas de niños". Cuando su obra esconde una armoniosa combinación entre el compromiso que otorga una madurez curtida y la creatividad de no querer perder jamás la ingenua curiosidad de la niñez que la intentó arrebatar el envejecer de golpe con las miserias de la guerra.
Y los fuegos de artificio explotaban para dar luz a la cabalgata. Y Gloria compartía su conocimiento de causa, con causa: "Menos mal que son cohetes. Porque yo no quiero más disparos que los de los cohetes y los del tapón de la botella de champán". A su lado, María Luisa Seco sonreía. Aunque no se la veía, se la sentía: "Mira, aquí viene el circo de Ángel Cristo y Bárbara Rey con sus leones". "Hay que ver, que son de verdad... (silencio) ...bueno, estos solo matan cuando tienen hambre y están ya tan domesticados que ni eso", delataba Gloria.
En aquella época los animales enjaulados o desfilando sobre el asfalto eran un reclamo exótico del desfile. "Anda mi camello, cómo le han cargado, pero bueno es de regalos para los niños. Fijaos que cara de tristeza alegre tienen.". Gloria iba más allá del tópico súbdito de este tipo de retransmisiones y en sus palabras de apariencia cándida conseguía un fiero retrato social gracias al trasfondo que permite la imaginación. Pobre del que la deje escapar.
Y, con imaginación, María Luisa y Gloria aseguraban que estaban divisando la llegada de los Reyes Magos subidas a la quima de un árbol. "María Luisa, que me escurro de la rama". Nada de andamios. Nada de hablar de unidades móviles. Eligieron jugar con nuestra fantasía.
Surrealismo que España se creía un poquito, porque la buena magia tiene los pies en la vida real. Las propias imágenes de las cámaras de TVE mostraban a niños literalmente encima de las señales de tráfico. A la copa de los árboles no se colgaron por poco. Ahora estamos una pizca más concienciados con los riesgos de coronar el mobiliario urbano.
"Los papás lo están pasando bomba pacifista", proseguía Gloria narrando aquella cabalgata de 1984 que abrazó la honestidad con ayuda del salvavidas de la ironía crítica. Esa que se permite soñar sin quedarse dormido, esa que quiere creer sin dejar de pensar, esa que se ríe de tanto sin reírse de nadie, esa que hasta transforma el adiós de una despedida en la esperanza que regala la belleza de la lealtad. "Oís mi voz, pues os doy mi corazón dentro de ella".
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