
Tantos niños "prodigio" han sido señalados como “juguetes rotos”. Cantantes, actores, artistas… Tantos niños etiquetados con la palabra "fracaso". Aunque vendieran millones de discos. Aunque recogieran su propio premio Goya. Aunque protagonizaran conciertos únicos, películas irrepetibles o series históricas que jamás podrán experimentar aquellos que sacan constantemente el medidor de "ganador’ o "perdedor".
La cultura del éxito es tramposa. Al menos, de la forma en la que se alimenta desde los medios de comunicación. El triunfo se proyecta como una meta de algarabía profesional en la que hay que quedarse eternamente parapetado. O habrás fallado. Así, tarde o temprano, fallaremos. Inevitablemente.
¿Cuál será el futuro de Chloe de la Rosa tras Eurovisión Junior?, escucho preguntarse a algunos fans tras la salida de La Caja Mágica en la que se ha realizado el festival de la canción mini. Especulan. Vaticinan. Divagan. Hacen un croquis. Cuando la respuesta es bien fácil: el futuro de Chloe es seguir creciendo. A la vista está, solo tiene 9 años. Su futuro es todo. Toda la vida por delante. Con la alegría añadida de ya poseer una vivencia tan especial y al alcance de tan pocos como es participar en un show de la talla de Eurovisión.
Sin embargo, más de uno se tomará el permiso de decir a Chloe por dónde debería haber seguido su "carrera" para cumplir las expectativas de la jungla de las vanidades. Como si lo anterior nunca computara. Como si la felicidad de sentirse realizado profesionalmente fuera siempre vinculada a conquistar más likes. Cada vez más likes. Más, más, más.
Y a golpe de like, las nuevas generaciones están instruidas para competir en cada paso que dan. Hasta cuando creen que no están compitiendo. Con el móvil en la mano, rivalizamos por la atención en los estados de ánimo que compartimos en las redes sociales. Hay que sonreír a cámara sin tregua. O quizá dará la sensación que ya pasó ‘tu prime’. Porque lo que no tiene like parece que no existe.
Dejemos ya el canibalismo del éxito mal entendido, que ha crecido en la conversación social azuzado por los cuchicheos de determinadas tertulias de los medios de comunicación y por las noticias a la caza de la viralidad a través del revival que imprime carnés de frustración a aquellos que no se mantienen todo el día en las redes o en la tele. También desde la televisión pública. Avancemos. Reivindiquemos la cultura del "qué guay que estuve ahí". Celebremos el credo del qué bien haberlo hecho, qué alegría haberlo vivido. Es una buena forma para que el miedo al futuro no frene demasiado la capacidad de disfrutar de las oportunidades que se nos presentan. Entonces, tal vez habremos aprendido incluso que el verdadero éxito es la serenidad que relativiza la bulla del propio éxito, con su provisionalidad disfrazada de eternidad.
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