
Tenemos una nueva idea para luchar contra la España vacía y sus tristes consecuencias, si todavía le importan a algún político. En el corazón de Calabria, al sur de Italia, se encuentra Belcastro, un pequeño municipio enclavado entre colinas y con poco más de mil habitantes. Este rincón mediterráneo ha saltado a la fama por un decreto tan peculiar como simbólico: su alcalde, Antonio Torchia, ha prohibido a los vecinos ponerse malos.
Aunque esta medida pueda parecer absurda a primera vista, es un gesto que ha logrado poner el foco en la falta de cobertura sanitaria en la región, un problema que afecta a muchas localidades rurales en Europa y que en Belcastro se ha convertido en un quebradero de cabeza para sus habitantes. Parece también una gran campaña de marketing del consistorio italiano, que ha logrado que se hagan eco de ella cientos de medios de comunicación de diferentes países.
El famoso problema de la vivienda necesita que cada elemento que interviene en la construcción de una casa pueda ejercer su trabajo sin trabas.
La idea de prohibir la enfermedad se suma a la de prohibir la muerte, que ya rige con poco éxito en algunos municipios de Japón, Brasil o Noruega, y a la de repoblar algunos pueblos con conciertos frecuentes de Leticia Sabater, algo que funciona con límites evidentes en verano. Son tiempos de legislación a la carta, tiempos complejos para la separación de poderes y para el respeto y la credibilidad del principio de igualdad enunciado en el artículo 14 de la Constitución Española.
Lo que ahora interesa es la vivienda. No le hemos prestado atención durante muchos años, pero de pronto es un asunto esencial. Otra vez la fanfarria, el anuncio, la promesa, mientras la ejecución y la gestión quedan en un alarmante segundo plano. Todo es fachada, hay poca profundidad porque el tiempo se nos echa encima. Solo tenemos espacio para discutir de un modo vergonzante.
Los gobiernos no son agencias inmobiliarias ni constructores. El famoso problema de la vivienda necesita que cada elemento que interviene en la construcción de una casa pueda ejercer su trabajo sin trabas y con una cierta dignidad. Hemos subcontratado demasiadas actividades en la clase política cuando lo que en realidad deberían hacer se resume en dos palabras: no molestar.
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