
Vivir con depresión crónica es un desafío constante que, según Mikel Sarmiento, pasa por equilibrar los extremos, relativizar los problemas y reconstruirse desde la autoconciencia.
Coincidiendo con el Día Mundial de Lucha contra la Depresión, un trastorno que puede ser altamente incapacitante, reivindica un sistema sanitario más accesible y el poder de la comunidad frente al aislamiento social.
¿En qué consiste la depresión crónica?
En mi caso, la depresión crónica, como su propio nombre indica, es una condición permanente. Mi cerebro tiene una tendencia recurrente, en ciertos momentos, a caer en un bajón anímico y emocional. Esto se repite de manera cíclica y se convierte en un patrón. Durante estos episodios, me siento emocionalmente agotado, sin fuerzas, y cosas cotidianas que para otras personas pueden parecer sencillas o rutinarias, para mí se transforman en auténticos calvarios. Tareas pequeñas pueden convertirse en problemas enormes en los que no encuentro solución y me encierro en mí mismo, sin ser capaz de visualizar alternativas para enfrentarlos.
En general, diría que vivir con depresión crónica consiste en aprender a convivir con un conflicto interior constante. No se trata solo de gestionarlo, sino de intentar hacerte amigo de esa depresión. Sé que puede sonar extraño, pero es fundamental que deje de ser un enemigo y pase a ser algo que, aunque difícil, puedas usar como una herramienta para avanzar, en lugar de permitir que sea algo autodestructivo.
¿Y cómo se traslada esta condición a tu día a día? ¿Te afecta de manera constante o solo durante esos ciclos de bajón?
Me afecta tanto en los ciclos de bajón como en mi día a día. En las épocas buenas, soy una persona muy activa, me involucro en mil proyectos y me siento cómodo en esa dinámica de adrenalina constante. Pero cuando llegan los bajones, todo cambia radicalmente. Cosas tan simples como ducharme, comprar el pan o dar un paseo se convierten en retos inmensos que muchas veces no consigo superar.
En general, vivo en los extremos: o estoy muy activo o me encuentro completamente bloqueado. Alcanzar ese equilibrio del que hablaba Aristóteles, el punto medio, me resulta muy complicado. A esto se suma la presión de vivir en una sociedad acelerada, donde muchas veces no se nos permite tener un espacio para reflexionar y tomar conciencia de lo que ocurre dentro de nosotros. Si no tenemos ese tiempo para reconstruirnos, es difícil ser funcional de manera constante y seguir el ritmo que se nos exige.
¿En qué momento recibiste el diagnóstico de depresión crónica?
Mi diagnóstico fue un bálsamo. Para muchas personas puede ser un lastre, pero en mi caso fue un alivio. Me permitió entender qué me pasaba y encontrar estrategias para afrontarlo. Antes del diagnóstico, me sentía perdido, desconectado de todo y de todos. Saber que había un nombre para mi situación y herramientas para gestionarla me abrió un mundo nuevo. Pero, aunque la etiqueta me ayudó, intento no dejar que me defina. No soy mi diagnóstico; es solo una parte de mi vida. Mi lema sería: “Que sea información, no definición”. Es decir, úsalo para conocerte y desarrollarte, no para limitarte.
¿Qué herramientas o hábitos te han ayudado a encontrar ese equilibrio del que hablabas?
Cada persona es distinta y lo que funciona para una no necesariamente funcionará para otra, pero en mi caso, hay tres aspectos fundamentales.
Primero, el apoyo de mi red cercana. Tener personas que me recuerden quién soy y que me ayuden a mantener mi eje central es crucial. Segundo, el sentido del humor. Siempre digo que el humor, entendido desde el respeto y en el contexto adecuado, es una herramienta poderosa. Me gusta compararlo con la historia de David y Goliat: los problemas son gigantes que parecen imposibles de vencer, pero el humor nos permite reducirlos, relativizarlos y enfrentarlos desde otra perspectiva.
El humor nos ayuda a reducir esos problemas a nuestra altura, haciéndolos más manejables. Los problemas siguen ahí, pero la percepción de su magnitud cambia, y con ello, nuestra capacidad de enfrentarlos. Además, la autoconciencia juega un papel esencial. Los problemas externos existen y debemos abordarlos como sociedad, pero cualquier cambio comienza por uno mismo. Es fundamental observarnos, analizar cómo actuamos y trabajar primero en nuestro desarrollo interior. Si no estamos bien por dentro, difícilmente podremos cambiar lo que está fuera.
En este proceso de autoconciencia y desarrollo, ¿qué papel ha jugado tu entorno, ya sea familia, amigos o asociaciones?
El entorno influye mucho, para bien o para mal. Somos el resultado de nuestra familia, el lugar donde crecemos y las experiencias que vivimos, especialmente en la infancia, cuando absorbemos todo como esponjas. Sin embargo, creo firmemente que, aunque el entorno sea importante, el cambio debe empezar por uno mismo. Primero necesitamos entender quiénes somos, qué queremos y por qué lo queremos. Esto nos permite expresar nuestras necesidades y reclamar nuestro lugar en el mundo. En mi caso, mi entorno me influyó enormemente. Crecí en un pueblo pequeño, donde la información escaseaba. Esto, junto con el hecho de que mis padres se separaron y recibí dos educaciones muy opuestas, marcó mi desarrollo. Aunque estas circunstancias formaron parte de mi esencia, siempre he intentado que no me definan, buscando construir mi propio camino.

¿Qué reivindicaciones pondrías sobre la mesa para mejorar la situación de quienes conviven con esta enfermedad?
A modo de reivindicación, no sé si soy la figura más indicada para hacerlo, pero desde mi punto de vista, me gustaría destacar dos aspectos clave. En primer lugar, mejorar el sistema de salud público. Sería ideal que se ofrecieran citas más frecuentes en la Seguridad Social y que el personal sanitario estuviera realmente preparado para atender nuestras necesidades de forma integral. No se trata solo de despachar casos rápidamente, sino de disponer de profesionales dispuestos a aplicar diferentes tipos de terapia según lo que cada persona necesite: puede ser terapia conductual, psicológica, Gestalt o cualquier otra.
Actualmente, las citas espaciadas cada tres meses dificultan muchísimo el proceso terapéutico. No se puede establecer una relación de confianza sólida con esos intervalos. Además, en ese tiempo pueden ocurrir muchas cosas que hacen que las sesiones pierdan continuidad y efectividad. Por tanto, mi primera reivindicación sería una reforma seria en este sentido dentro del sistema sanitario público.
A nivel personal, creo que nos hace falta mucha más escucha activa. Nos hemos acostumbrado a escuchar pensando en qué responder o cómo rebatir, pero no en ponernos realmente en el lugar del otro. Esta falta de empatía, tan necesaria, parece haberse ido perdiendo, sobre todo en las generaciones más jóvenes. Vivimos en un mundo donde lo inmediato y el egoísmo priman sobre el entendimiento y el respeto.
Un ejemplo claro de esto es cómo reaccionamos ante situaciones de emergencia. Hoy en día, cuando ocurre un accidente o algo impactante, a menudo preferimos grabarlo con el móvil antes que ayudar a la persona afectada. Nos hemos vuelto espectadores de la desgracia en lugar de ser agentes de cambio.
Necesitamos combatir esa individualidad que fomenta el sistema capitalista y recuperar el sentido de comunidad y ayuda mutua. La historia nos demuestra que los grandes avances se han logrado trabajando juntos. Si seguimos por este camino de aislamiento y deshumanización, no haremos más que repetir errores.
Es urgente reflexionar sobre esto, especialmente cuando vemos datos como el suicidio siendo la principal causa de muerte entre los jóvenes. Eso nos indica que algo va muy mal y que debemos volver a nuestras raíces, a un sistema donde nos apoyemos mutuamente para salir adelante.
Para finalizar, ¿qué mensaje te gustaría enviar a los jóvenes para inspirarles y despertar su curiosidad?
Mi mensaje sería que cultiven la curiosidad. Es el motor del autoaprendizaje y lo que nos lleva a explorar caminos alternativos, a encontrar nuestro propio lugar en el mundo. Si no somos curiosos ni buscamos aprender y desarrollarnos, simplemente seguiremos el camino que otros nos marcan. Eso puede garantizar la supervivencia, pero no una vida plena.
Tenemos que decidir si queremos simplemente sobrevivir o realmente vivir. Para lo segundo, necesitamos salir al mundo, explorar y abrirnos a nuevas oportunidades. El mundo es inmenso, lleno de posibilidades, aunque a veces nos hagan creer lo contrario. Si no encajamos en un lugar, siempre podemos buscar otro donde sí nos sintamos parte.
Comentarios